Existe algo divino en el proceso artístico. Como si todo artista fuera un dios en miniatura. No por nada, en su obra su voz es absoluta. Decide la forma, el fondo, qué existe, qué es lo que nunca podrá existir. E incluso si la obra tiene existencia autónoma, ya que será interpretada en un contexto específico por personas que no son su autor, hasta dónde pueda llegar dependerá de los atributos que le haya conferido.
En otras palabras, toda obra es tan relevante como perspicaz es el artista a la hora de leer el pulso al presente. Y tan buena como buen artesano sea. Que es como decir cuan autoconsciente es.
Kendrick Lamar no necesita demostrar nada. Que es un artesano excepcional lo ha demostrado ya sobradamente. Y que es capaz de leer el pulso al presente es evidente cuando tanto sus colaboraciones como su mensaje político resuena con fuerza incluso en los rincones más opacos, respectivamente, al glamour mainstream o a la crítica racial. Y sin embargo aquí estamos. Buscando las palabras que justifiquen el hecho de que Damn. es una obra maestra.
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