Bo Ningen – Bo Ningen (2011)
Si olvidamos por un momento nuestros prejuicios, imaginar un grupo de japoneses afincados en Londres no nos parecerá un canto de cisne de la globalización tanto como una rareza cultivada a medida de sus intenciones. Eso está bien porque sirve para romper nuestro paradigma de neologismos anglosajones, pero también porque nos abre al descubrimiento: al no tener que encarar y superar un prejuicio, porque de entrada ya lo hemos superado, podemos descubrir aquello que se nos tiene que proponer; al no crear ninguna expectativa de entrada, podemos dejarnos contaminar por las que nos propongan. ¿Qué pueden hacer un grupo de japoneses afincados en Londres? Quien crea poder imaginarlo, está muy equivocado.
Audioslave – Audioslave (2002)
Hubo un tiempo donde los profetas bajaban al pueblo, los hombres podían incluso creer en sus palabras; los poetas reinaban la naturaleza, la historia la escribían los músicos y los actores eran la máscara del propio pensamiento: era posible leer la mente del vecino, del sacerdote y del rey a través de ellos, interpretando sus palabras, comprendiendo su apropiarse el lenguaje. Eran la sombra de nuestros días. Una sombra que venía con la noche, que iluminaba la tierra al hacer resaltar con discreción lo importante, negando en el proceso la luz cegadora sobre los objetos; un objeto dorado sólo es bello si es discretamente teñido por una luz tenue, convirtiéndose en un horror cuando se pone bajo los potentes focos de la luz. El bello encanto de la sombra reina el mundo.
Kadavar – Abra Kadavar (2013)
Que los viajes en el tiempo pueden ser una realidad en un futuro no muy lejano es una quimera que sigue enfrentando a los científicos a lo largo y ancho del mundo. Nada de esto parece importar al trío alemán que hoy nos ocupa, ellos han encontrado la manera de manipular el tiempo a su antojo sin alterar el orden natural de las cosas pero añadiendo pinceladas que definitivamente cambiarán el presente de aquellos que accedamos a adentrarnos en la lisérgica y stonerniana espiral occvlt que nos proponen en su segundo trabajo: Abra Kadavar.
Boris – Cosmos (2012)
Si como afirmara el filósofo Ludwig Wittgenstein de lo que no se puede hablar hay que callar, entonces la única crítica responsable que podría realizar es aquella que yo callo en favor de la incógnita; nada puede decirse del arte, del auténtico arte, que no pase necesariamente por no encontrar más que una concatenación de inexactas palabras que vacían de sentido auténtico y pleno el mensaje allí expresado: todo lo que puedo hablar será siempre menos completo y perfecto que aquello que pretende ser hablado. Toda comunicación se da en el arte en sí, en aquello que nos transmite el fenómeno artístico en sí mismo, y todo lo que se pretenda hablar de él debería ser sólo silencio. Ese es el sentimiento trágico del arte.
Boris with Michio Kurihara – Rainbow (2006)
En un ámbito tan personal como el de la estética, donde todo se contamina de una forma asombrosa, la inclusión de elementos exógenos en la creación musical puede producir efectos indeseables en el resultado final de cualquier obra. Esta adición dentro de la lógica normalizada de un evento artístico podríamos entenderla, además, en dos ámbitos bien diferenciados: la inclusión de un objeto agente (un músico, un instrumento) o la inclusión de un objeto paciente (un género). Pero cuando la contaminación de un estilo original se produce por la inclusión tanto de nuevos objetos agentes como pacientes, produciendo un caldo de cultivo patógeno perfecto para la contaminación irreversible, entonces podemos tener claro que más vale que tenga muy claro el artista devenido en científico metáfora mediante que es lo que pretende conseguir como resultado de su experimento. Pero si hablamos de Boris, es obvio que el resultado sólo ha podido ser positivo.