Cuando un artista se enfrenta a la dura e imprescindible tarea de definir su sonido, éste tiene que ser resultado de una reflexión profunda y minuciosa, más si cabe cuando en la mente del artista revolotea la idea de convertir su obra en una extraña máquina que es capaz de asimilar diferentes géneros musicales y vomitarlos como un todo coherente y sin atisbo de fisura en sus estructuras. Nos encontramos en muchas —demasiadas— ocasiones frente a casos, flagrantes en muchos de ellos, en los que ese discurso presuntamente meditado y a conciencia se pierde en una maraña de sonidos aleatorios: querer abarcar —y epatar— con tantas sensibilidades musicales consigue en estas ocasiones auténticos productos infectos en los que no es ni siquiera necesario dedicar ni una sola línea —y mucho menos nombrarlos— en este foro. Afortunadamente para nosotros, existen una pequeña estirpe de artistas —curiosamente muchas de ellas con su origen en el Reino Unido, cuna infinita de géneros y corrientes musicales de vanguardia—que consigue no sólo adaptar esos diferentes estímulos musicales en un todo coherente y homogéneo, también consigue construir un discurso diferente e innovador partiendo de unas premisas con decenas de años de tradición. Es el caso de Turbwolf y su álbum homónimo al que hoy dedicamos estas palabras en esta santa casa.
Melvins – Stoner Witch (1994)
Siempre han existido escenas alternativas al mainstream a lo largo de la historia, salvo porque con el tiempo todo se vuelve homogéneo y parece que lo que adoramos hoy fue, por necesidad, algo conocido y aplaudido por las mayorías ya en su mismo tiempo primero. Aunque a veces ocurra eso, no es lo común ni por lo más remoto. Aquellos que se salen de la norma para abrazar formas fuertes de disidencia moral o cultural, los monstruos que abrazan una idea de arte que transciende incluso la opinión de su tiempo, han estado presentes siempre a lo largo de la historia; aquel que tiene algo que decir siempre tiene público, aunque sea reducido y extraño hasta que se le reconoce dentro de un movimiento más grande a través del tiempo.
Santo Rostro – Santo Rostro (2013)
¿Qué le podemos exigir al doom? Vayamos más allá de sus infinitas mutaciones y quedémonos con el germen: ¿qué es el doom? Queremos que el doom sea denso y pesado, queremos sumergirnos en un pozo de brea: jodidos e incapaces de pensar con claridad, notando como ese viscoso líquido se abre paso por nuestra boca, fosas nasales y oídos, invadiéndolo todo con su mugre negra. Queremos más, necesitamos que ante ese despliegue de intensidad sonora sostenida se proclame la devoción a alguna suerte de deidad oculta, queremos que se vomiten toda clase de mantras prohibidos bajo una insalubre atmósfera ácida, necesitamos sentirnos rodeados de todo este despliegue de Lo Oculto para poder afirmar que, efectivamente, esto es doom. Sucede que nos encontramos con un género de profunda tradición y poderosos progenitores por lo que resulta inevitable darnos de frente con una serie infinita de ramificaciones —algunas llevadas a cabo con exquisita brillantez, otras, sin embargo, rozando el ridículo— en las que resultará tan complejo como gratificante encontrar ese pequeño lugar oscuro, húmedo y brumoso en el que sentirnos como en casa. Santo Rostro no sólo han encontrado ese hueco, lo han convertido en un entrañable y mugriento rincón desde el que castigarnos con doom denso y negro.
Om – Advaitic Songs (2012)
Quizás sea ya tiempo de reivindicar que dentro de la música —o alrededor de ella— debe seguir apareciendo una de sus facetas primigenias; su carácter ritualístico. En esta casa hemos reclamado, y siempre reclamaremos, lo indispensable del carácter visual de la música para poder tener el derecho a denominarse como tal pero tampoco hay que dejar de lado la arcana condición litúrgica de la música: originalmente, y yéndonos a las raíces propias de la música, no ya como un ente lúdico sino como un todo desarrollado para rendir pleitesía a alguna suerte de deidad. Podríamos afirmar, yo desde luego así lo hago, que el stoner —ese stoner pesado, lisérgico y brumoso— contiene mucho de esa espiritualidad por aquello de evocar entidades más elevadas que las mortales, aunque sea canalizándolas a través de sustancias de dudosa procedencia y composición. Om, proyecto surgido cuando la base rítmica de Sleep decidió dar rienda suelta a esas inquietudes cimentadas en la espiritualidad de oriente tras la interrupción de la actividad de su proyecto madre , así lo ha querido plasmar en su Advaitic Songs.
Hell – Hell I (2009)
El inevitable magnetismo que tiene en nuestra sociedad occidental hablar del Infierno – bien desde la perspectiva de una educación marcada por la tradición cristiana, bien por el inabarcable e hipnótico poder que emana todo lo maligno amén del constante efecto de rebeldía y transgresión que esto conlleva- ha servido a modo de inspiración para innumerables muestras artísticas. Desde la redención hasta la eterna condena el espectro que abarca algo tan amplio y abstracto -en el sentido de entenderlo como un ejercicio de introspección para purgar lo-que-sea que tengamos que purgar- son innumerables los vértices en los que artistas de diferentes disciplinas basan su obra; desde la adoración del Demonio de las bandas black metal más tradicionales hasta los alegatos por la libertad individual materializados en el ángel caído. Hell nos obliga a recorrer un Infierno diferente, aquí no huele a azufre ni encontraremos carismáticos personajillos con tridentes y cuernos, tampoco nos convertiremos en paladines de una libertad individual lejos del yugo cristiano. No. El Infierno de Hell está a miles de kilómetros de esta imagen, el paisaje que nos muestran es agónico e irrespirable pero estaremos solos ante el y sabremos avanzar sólo si seguimos los intrincados vericuetos que se nos muestran en su álbum Hell I.
Soundgarden – King Animal (2012)
Cada época tiene un principio tan difuso como lo es de hecho su final, porque ni siquiera con cierta distancia clarificadora del pasado podemos determinar exactamente donde comienzan y donde acaban aquellas divisiones que hemos decidido hacer dentro del devenir cultural del mundo. Es por ello que aunque no nos cuesta definir los 90’s como una época de camisas de leñador y greñas, con la generación X y Nirvana como receptores y catalizadores de la estética respectivamente, decidir donde empieza los 90’s (¿en el 88 con el Nothing’s Socking de Jane’s Adiction?¿En el 91 con el Nevermind de Nirvana?) se torna una elucubración tan compleja como ingrata; toda decisión de cuando ponemos el inicio de una cierta década asociada con un movimiento determinada siempre dependerá de lo que entendamos que definía de forma sustancial ese movimiento. Decir el sonido de los 90’s es una idea aproximativa, pero en caso alguno es una adscripción certera a una forma musical específica.
Mark Lanegan – Blues Funeral (2012)
Si el fruto de ocho años de silencio es un disco como este, obliguemos a callar al 90% de grupos actuales. Mark Lanegan ha salido del reposo espiritual al que llevaba suscrito desde 2004, si exceptuamos las colaboraciones y proyectos compartidos con Soulsavers, Queens Of The Stone Age o Gutter Twins, y se ha sacado de la chistera un disco perfecto que supera cualquier expectativa que pudiéramos haber tenido en él. Trabajos como este, que rozan lo divino y se hacen difícilmente superables convirtiéndose en clásicos instantáneos, no ha habido muchos en la última década. Y Lanegan lo ha conseguido de una manera sencilla y brutal utilizando todo su bagaje y la amplia gama de recursos de los que disponía para sacar un disco del que se hablará muchísimo en el futuro.