John Zorn – Naked City (1990)

por Álvaro Arbonés

El jazz tiene una capacidad polimórfica capaz de llevarle por todos los extremos inimaginables de la paleta de colores del sonido, pudiendo así plasmar a través de él cualquier idea estética que se nos pase por la cabeza querer figurar a través de la música. Así, para testear los límites posibles del rock, el jazzista y compositor John Zorn llamaría a unos cuantos amigos, algunos de los más salvajes y siniestros que haya dado la escena rock nunca, para así poder comprobar hasta que punto el jazz podría reclamar a través de sí diferentes representaciones que, generalmente, asociamos indisolublemente con un estilo marcadamente rock; el propósito de Naked City es buscar los límites de la representación rockera, descubrir que es, pero también que no es, representable a través de los endurecidos vericuetos del rock.

Desde las formas de un rock clásico (N.Y. Flat Top Box) hasta las variaciones más extremas del hardcore à la Agnostic Front (Igneous Ejaculation) todo cuanto se encuentra en Naked City es una siniestra desviación de la norma en la cual prima el encontrar lo que hay de común entre la paleta completa del rock y el estilo propio del jazz; la pregunta sería, ¿cuales son los límites de mi mundo (rockero)? Como un Wittgenstein verdaderamente judío y músico, la respuesta de John Zorn se condensa en esta serie de variaciones que se desarrollan a través de una intrusión de formas propias del jazz, con una cantidad casi obscena de saxofón, que amplifica y da nuevo sentido a los límites de lo que podríamos denominar como extremo: los límites de mi representación son los límites de mi mundo. He ahí que esa exploración de la paleta completa de sonidos finalmente no es tal, porque se construye más como una cartografía del mundo del rock a través de los ojos de un músico de jazz que, verdaderamente, una epopeya que pretenda descubrir que hay de común entre ambos géneros; hay búsqueda de un desvelamiento del mundo, pero no pretensión de síntesis.

Por otra parte, no debería extrañarnos en lo más mínimo que Zorn dirigiera sus esfuerzos hacia algo tan aparentemente ajeno de sus intereses, aunque a Zorn nada le sea ajeno, después de haber firmado esa obra maestra que supone Spy vs. Spy: la experimentación formal, la búsqueda de los límites del mundo musical, es el leit motiv esencial del compositor judío. Es por ello que con Naked City lo único que hace es explorar otro territorio más del mundo, otro pedazo de tierra más el cual debe cartografiar si pretende descubrir de forma exhaustiva y total cuales son los límites últimos del mundo presente de un modo absoluto. Y eso es una tarea tan ardua como prodigiosa. Su estilo flameante, alocado e inquieto, incapaz en apariencia de no lanzarse a la aventura a cada minuto después de haber vuelto del último viaje musical, consigue en éste Naked City una de las conjunciones más brillantes de lo que el rock, mediado por el jazz, puede dar de sí: los límites entre géneros quedan desdibujados, la violencia se intensifica hasta lo insoportable y la dulzura de las composiciones más sencillas suaviza el tono sin llegar a empalagar; Zorn pone los cojones sobre la mesa, meticulosamente, sin violencia ni abyección, demostrándonos cuales son los límites de un mundo que ya deberíamos haber explorado en sus límites. Y no lo hicimos porque esperábamos al genio capaz de hacerlo, y ese era él.

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