Taro Umebayashi & Taku Matsushiba – Oh! Skatetrack!!! YURI!!! on ICE Original Skate Song COLLECTION (2016)
No existe forma humana de dominar todos los posibles registros de un arte. De hecho, es por eso por lo que existe la personalidad. Al ser imposible canalizar todas las formas artísticas en su forma más perfecta posible, todos nuestros defectos, todas nuestras preferencias particulares, conscientes e inconscientes, acaban conformando nuestra personalidad artística. Más abierta o más cerrada. Eso no importa. Pero al final aquello que llamamos personalidad es la propia imposibilidad de dominarlo todo, de replicarlo todo, de ser perfectos; de permitir que el estilo gane sobre la sustancia.
Yuri!!! On Ice, anime revelación del 2016 sobre patinaje artístico, retrataba esta problemática de forma brillante. No había un patinador perfecto. No era sólo cuestión de «tengo que mejorar para superar a los demás». Todos y cada uno de los patinadores tenía su propio estilo, sus virtudes que explotar, e incluso defectos que les servían para dar color a sus actuaciones y desmarcarse de los otros. De ese modo, los animadores consiguen hacer ver que las explosivas rutinas de Yuri Plisetsky no se parecieran en nada a los delicados bailes de Yuri Katsuki o la fuerza técnica de las actuaciones de Otabek Altin. Y es que, ya sea por sus virtudes (la flexibilidad en Plisetsky, el entrenamiento en ballet de Katsuki y el entrenamiento espartano de Altin) tanto como por sus defectos (el carácter explosivo de Plisetsky, la inseguridad de Katsuki y la escasa flexibilidad de Altin), cada cual conseguía demostrarnos su personalidad en la pista a través de cómo elegían abordar cada una de sus rutinas.
Y a la hora de conseguirlo, la música es parte imprescindible de su caracterización.
Boris – Dear (2017)
Que occidente, y más concretamente el mundo anglosajón, ha copado la industria musical durante decenas de años es algo que a nadie se le escapa hoy en día. Y esto es, desde luego, algo que todos deberíamos revisar para actuar en consecuencia. Resulta curioso también comprobar como, a la hora de reivindicar artistas ajenos al eje europa-norteamérica, mucho activismo se centre exclusivamente en reivindicar los sonidos latinos cómo si estos fueran los únicos capaces de hacer frente a la horda anglosajona y no existiera nada más allá. Lo curioso, decíamos, de esta reivindicación —necesaria, muy necesaria por otra parte— es la omisión deliberada de todo lo que huela a asiático, escudándose en el argumento estrella cuando tratamos sobre cualquier aspecto cultural venido de oriente: es que son unos frikis jejeje. Tras esta triste, pobre y tóxica argumentación —si es que se le puede denominar como tal— se esconde una colección de prejuicios que no solo afectan a la música oriental, también envenena la percepción sobre cualquier otro artefacto cultural —hola manga/anime— infantilizándolo, huillándolo y despreciándolo hasta la nausea.
té – Kai (2017)
Todos envejecemos. También la música. Pocas cosas hay más bochornosas que músicos que, bien entrados en la madurez, siguen sacando canciones en las que hablan de temas de los cuales, en el mejor de los casos, ya les correspondería hablar de ellos a sus hijos. Y no hay ninguna diferencia en términos puramente musicales. El sonido que no va adquiriendo otra forma con el tiempo, que va quitándose los lastres infantiles del puro epatar o imitar a sus mayores, es un sonido que se ha quedado estancado.
té, por su parte, es un ejemplo de buen envejecer. Todavía horadando sus canciones a través de una técnica bien pulida, con canciones largas, sinuosas, de muchos meandros y arrebatos violentos, lo único que sorprende es cómo han ido templando los ánimos desde su mítico Therefore, The Illusion Of Density Breach, The Tottering World «Forget» Tomorrow. Porque sin arrebatos rabiosos como los de la enteramente math rock «Convulsive» Beauty In Sound Is The Horror Of The Body Beyond The Idea To Visit The Wild, donde la técnica brillaba por encima de cualquier desarrollo narrativo estricto, todo el disco se nos muestra sutil. Mágico. Y si no fuera un sacrilegio decir eso hablando de té, podríamos decir que rayano lo pop.
The National – Sleep Well Beast (2017)
Innovar es un demérito. No en términos artísticos, pero sí en términos comerciales: cuando alguien se declara fan de un género, un grupo o un artista, por lo general, quiere decir que le gusta el modo calmado e indulgente que tiene de ofrecerle siempre la misma clase de experiencia. Que incluso si afirma que lo que le gusta es lo sorprendente o diferente que es con respecto de los demás artistas, de lo que disfruta es de que nunca traicione sus expectativas. Que siempre le ofrezca la misma experiencia. De ahí que, a veces, innovación y público parezcan completamente divorciados. Incluso si existen un puñado de excepciones.
En cualquier caso, The National no es una de ellas.