Al punk se la ha definido de muy variadas formas, pero nunca se le ha catalogado con el adjetivo con el cual encajarían mejor algunos de sus grupos fundacionales: «dulce». La dulzura no tan pegajosa como agria, no agridulce sino con cierta felicidad chiclosa que se aplasta en el corazón. Con eso demuestran cierta bella animosidad, un instituto de felicidad subyugado por algún otro, que sin embargo aún queda patente a través de su deseo; su música es rápida, violenta y más rock que el rock mismo, pero a pesar de su violencia y actitud, en el fondo, son chicos dulces que sólo quieren ser amados. Sin ironía posible aquí. El punk es la (pen)última música romántica —ya que la última sería, como ya sabemos, el black metal—, porque recupera los grandes sentimientos como único motor legítimo de la vida, incluso cuando resulten dolorosos: amar o matar, horadar o reventar, odiar o derribar.
High Contrast – True Colours (2002)
Siempre hablamos sobre un tiempo pasado donde se hacía algo más que tirar de archivo, pero rara vez recordamos que cuando se apilaban los cambios de género en cuestión de meses y se polarizaba la experimentación en mil sellos la cosa era, a su vez, más confusa. Internet ha homogeneizado todo, ha dado acceso a todo. Cuando éste estaba aún en pañales y la comunicación musical aún estaba en los albores del encuentro instantáneo, toda la frescura venía de la imposibilidad de reconstruir una linea histórica común del género; salvo que se tuviera tiempo y dinero para viajar más de lo razonable, era imposible conocer qué se cocía en toda una escena. Por eso, también, es tan interesante ver la ebullición de los 90’s a la luz de sus frutos en los primeros 00’s: no siempre responde a los más altos estándares de la coherencia.
Melvins – Stoner Witch (1994)
Siempre han existido escenas alternativas al mainstream a lo largo de la historia, salvo porque con el tiempo todo se vuelve homogéneo y parece que lo que adoramos hoy fue, por necesidad, algo conocido y aplaudido por las mayorías ya en su mismo tiempo primero. Aunque a veces ocurra eso, no es lo común ni por lo más remoto. Aquellos que se salen de la norma para abrazar formas fuertes de disidencia moral o cultural, los monstruos que abrazan una idea de arte que transciende incluso la opinión de su tiempo, han estado presentes siempre a lo largo de la historia; aquel que tiene algo que decir siempre tiene público, aunque sea reducido y extraño hasta que se le reconoce dentro de un movimiento más grande a través del tiempo.
Loscil – Sketches From New Brighton (2012)
Separar la parte musical de la visual —cinematográfica si queréis—de un álbum resulta un ejercicio extraño, peligroso e inútil. La capacidad de la música para generar espacios y estructuras visuales frente a nosotros es uno de sus más sólidos pilares; unas construcciones que no sólo refuerzan el concepto y la idea sobre la que gira la obra, le dan también un sentido y una razón de ser. Parece también que es el ambient, en cualquiera de sus manifestaciones, uno de los géneros en los que toda esta capacidad discursiva explota y se siente realizada. Manipular el sonido para que éste sea capaz de activar esos mecanismos visuales en nosotros, los receptores, exige un conocimiento exhaustivo de los casi siempre complejos recovecos del sonido y es por ello que resulta una disciplina, esta del ambient, reservada a sólo unos pocos. Scott Morgan, bajo el nombre de Loscil, genera en Sketches From New Brighton un intenso y profundo sonido en el que será imposible no vernos rodeados de un paraje helado, oscuro y desolador.
Southern Death Cult – The Southern Death Cult (1983)
Todo proceso tiene un comienzo. Antes de tener nombre todo artista ha debido pasar por etapas de formación, o incluso de fracasos en lo que respecta al interés del público, hasta llegar a la posición donde se les reconoce como genios de su campo; en la música, con el baile de grupos por banderas, es algo que se hace patente a cada instante: raro es aquel que ha triunfado con su primer grupo. Eso hace interesante rastrear los primeros momentos de los músicos. Ver sus comienzos enfocándolos con la luz de su grandeza posterior ilumina de un modo extraño, aunque encantador, la evolución de una carrera que se antoja, incluso cuando es imposible que así fuera, predestinada a llegar hasta el punto por el cual los conocemos.
Mission of Burma – Signals, Calls, and Marches (1981)
Solamente el necio confunde valor con precio, relevancia con popularidad. A pesar de que algunos grupos han insistido en permanecer a la sombra de la historia al menos lo suficiente para ser recordados sólo en zambullidas largas, no quedándose en los cuatro nombres periféricos, eso no hace de menos su importancia; hay grupos que nos ignorados de forma sistemática sin los cuales no se concibe la música del presente. Hablar de Fugazi o de Nirvana queda rayano el lugar común, a pesar de que apenas sí se ha hablado nunca de sus influencias y gestos comunes: aúnan valor y precio en una tradición donde el valor siempre ha ido en alza, pero el precio ha tendido a desaparecer con el interés de las personas de a pie.